La Providencia de Dios

Autor: P. Angel Peña O.A.R.

Reflexiones

La voluntad de Dios es, con frecuencia, incomprensible para nosotros. Nosotros quisiéramos que el amor de Dios se manifestara en nuestra vida de una manera suave y pacífica. Deseamos que todo nos salga bien y así se lo pedimos en nuestras oraciones. Pero… Dios ve las cosas desde una perspectiva de eternidad. Él ve lo que más nos conviene espiritualmente y no sólo materialmente. Para Él lo más importante no es la salud física, sino nuestra santificación. Por eso, muchas veces, no podemos comprender que rompa nuestros planes humanos y se lleve a un ser querido, cuando todavía es joven y lo necesitamos junto a nosotros; o que permita que nos roben todos nuestros ahorros, acumulados en toda una vida; o que nos muerda un perro o que tengamos que sufrir una enfermedad muy dolorosa.

¿Por qué, preguntamos, si yo soy bueno? ¿Por qué Dios permite todo eso? Y podemos llegar a dudar de su bondad y de su cuidado vigilante sobre nosotros. En esos momentos difíciles, no faltan quienes rechazan a Dios y dicen que Él no existe o no oye nuestra oración o simplemente que no se preocupa de nosotros. Y, entonces, buscamos al culpable de nuestras desgracias y sobre él descargamos toda nuestra cólera y le guardamos rencor. De esta manera, nuestra existencia se vuelve triste y amargada, porque todos nuestros ideales se evaporaron y porque fracasamos en nuestros proyectos humanos.

Dime, ¿crees que Dios existe? ¿Crees que Dios es bueno y te ama? ¿Por qué crees que eres tan poca cosa como para que no se cuide de ti? ¿Acaso crees que no tiene tiempo para ti? ¿Qué clase de Dios crees que es? Él es un Dios omnipotente y omnipresente y Él vela sobre ti, porque eres su hijo querido.

Si crees realmente que es bueno y te ama, levanta tu cabeza y observa el mundo que te rodea. Todo lo que sucede es por tu bien. Disfruta de las pequeñas cosas de cada día: una mañana tranquila, el sol, las nubes, los árboles, las flores, los pájaros. Ninguna de estas pequeñas cosas deben escapar de tu vista. Y, cuando acabe el día y vayas a dormir, observa la noche, eleva los ojos al cielo, admira las estrellas y eleva una oración de agradecimiento por esos magníficos tesoros que ha derramado a lo largo del día para ti.

Dios es como el alfarero que va modelando el barro informe de tu vida y le da forma, de acuerdo a un plan previamente fijado. Déjate llevar por Él. No digas, como alguno, que tu vida está ya escrita en las estrellas, como si no tuvieras ya nada que hacer. Dios tiene su plan para ti, pero para realizarlo, necesita de tu colaboración libre y consciente. Dios va construyendo tu historia, a veces, con los trozos rotos de tus errores, pero todo lo reconduce hacia el bien. Agradece su amor por ti y su providencia amorosa sobre ti. Él nunca se cansa de amarte. ¿Te cansarás tú de Él?

Si las cosas no te salen bien, a tu gusto, dite a ti mismo: Dios es mi Padre y tiene un plan mejor para mí. Yo no lo comprendo, pero lo comprenderé en la eternidad. Por eso, confiando en mi Padre Dios, acepto su voluntad sobre mí.

Dios, como un Padre amoroso, no te pierde de vista y está siempre pendiente de ti y cuida de ti como una madre de su hijo pequeño. Por eso, debes vivir cada día bajo la mirada amorosa de tu Padre Dios. Hacerlo todo bien, con alma, vida y corazón por amor a Él. Soportar con paciencia las dificultades de cada momento, como venidas de sus manos. No busques tanto quién es el culpable de tus problemas o sufrimientos para echarle la culpa, rechazarlo de mala manera o gritarle sin compasión. Debes aceptar con calma lo que se presente en cada momento, aunque sea de modo intempestivo y, por tanto, fastidioso, porque rompe tus planes. Busca, en cada momento, cómo puedes hacer el bien a todos los que se acerquen a ti. Y Dios estará contento de ver que, permaneciendo atento a su mirada y sonriéndole, de vez en cuando, eres cómplice de su bondad para llevar alegría a todos los que te rodean.

Y ahora dile con amor:

Señor, haz de mí lo que creas mejor para mí. Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que esté en la luz, también bendito seas. Si te dignas consolarme, bendito seas; y si me quieres dar tribulaciones, también seas bendito… Señor, de buena gana padeceré por Ti todo lo que desees para mí. Quiero recibir de tu mano, lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste, y darte siempre gracias por todo. Porque con tal de no apartarme de Ti, nada podrá hacerme daño (Kempis, libro 3, 17).

Oraciones

Oración a la Divina Providencia
¿Qué me sucederá hoy, Dios mío? Lo ignoro. Lo único que sé es que nada me sucederá que no lo hayáis previsto, regulado y ordenado desde la eternidad. ¡Me basta esto, Dios mío, me basta esto! Adoro vuestros eternos e imperecederos designios; me someto a ellos con toda mi alma por amor vuestro. Lo quiero todo, lo acepto todo, quiero haceros de todo un sacrificio. Uno este sacrificio al de Jesús, mi Salvador, y os pido en su nombre y por sus méritos infinitos, la paciencia en mis penas y una perfecta resignación en todo lo que os plazca que suceda. Amén. (Beata Isabel de Francia, siglo XIII).

Dios conoce tu AYER.
Confíale tu HOY.
Él cuidará de tu MAÑANA.

Oh divina providencia, Oh Dios del amor y de la misericordia, que recompensas a cuantos hacen de padre, de madre o de hermanos para los más necesitados, Oh Dios providente, Oh amor providencial, que cuidas de cada uno de tus hijos con amor de Padre, dame la gracia de vivir siempre abandonado en los brazos de tu providencia amorosa, sabiendo que Tú cuidas de mí en cada momento y que Tú velas por mí. Gracias, Dios amoroso y providente, porque en Cristo, tu Hijo, me has dado un ejemplo para que pueda confiar en Ti y dormir tranquilo en tus brazos divinos, sabiendo que Tú cuidas de mi futuro y te preocupas de todos mis asuntos. Pongo en tus manos mi salud y mi trabajo, mi familia y mi futuro. Todo lo pongo en tus manos. Guíame como buen Padre y dame paz y tranquilidad en todo momento. Amén.

Acto de confianza en Dios
Dios mío, estoy tan persuadido de que velas sobre todos los que en Ti esperan y de que nada puede faltar a quien de Ti aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Ti todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré, porque Tú ¡Oh Señor! y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte; yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado; pero no perderé mi confianza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, sólo Tú, eres mi confianza. En Ti, Señor, he confiado y no seré defraudado para siempre. (San Claudio de la Colombière).

AMA, ADORA Y CONFÍA
No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele, en medio de las inquietudes y dificultades,
el sacrificio de tu alma sencilla que, a pesar de todo,
acepta los designios de su providencia.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios,
que te quiere para sí.
Y que llega hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus brazos, tanto más fuertemente abrazado,
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Haz que brote, y conserva siempre en tu rostro,
una dulce sonrisa, para todos sin excepción,
y recuerda, cuando estés triste:
Ama, adora y confía.
Dios vela por ti y su Amor empapa tu vida.
Métete en el océano infinito de su divino amor.
Vuela como un pájaro por el cielo de su luz
y sonríe a la vida, porque Dios es tu Padre
y te AMA.

Fuente: Catholic.net

 

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